Belén, Star Street, la "Calle de la Estrella": entre los edificios de piedra clara que bordean el camino hacia la Basílica de la Natividad, hay uno que guarda los recuerdos de infancia de muchos habitantes de la ciudad.
La ciudad de Belén se siente desolada en estos fríos días de diciembre: no hay luces brillando en las calles, ni un árbol de Navidad que traiga alegría festiva a la Plaza de la Basílica. Aunque en Belén no hay una guerra abierta, ni bombas cayendo diariamente sobre los tejados, la guerra se percibe en todas partes: en las calles desiertas, las persianas cerradas de las tiendas y los puestos de control que abren y cierran de manera impredecible, dificultando casi por completo organizar la vida diaria o los desplazamientos libremente.
«Hoy en Belén la tensión es alta; nos sentimos aún más aislados del resto del mundo, y el turismo está detenido», cuenta David Tabbash, un belenita profundamente arraigado a su ciudad y a los lugares de su infancia. «La falta de peregrinos también significa falta de trabajo, porque la mayoría de los belenitas trabajan en tiendas de souvenirs, hoteles y restaurantes, que ahora están vacíos».
David mismo, que trabajaba en una tienda de souvenirs, perdió su empleo. Tiene una esposa y cuatro hijos, y una historia que lo une profundamente con la ciudad de la Navidad: «Nuestra ciudad es hermosa, al igual que nuestro país», dice, emocionado por sus propias palabras. «Me siento afortunado de haber nacido donde nació Jesús». Entre las casas que bordean Star Street, hay un lugar especialmente querido para él: el CAB, el Centro Cultural de Acción Católica de Belén.
El CAB, fundado por los frailes franciscanos en los años 50, es el principal punto de referencia y encuentro para los jóvenes de la ciudad: un lugar donde los jóvenes de Belén se encuentran, juegan, se enamoran y, al interactuar entre ellos, construyen las bases de una comunidad unida y en paz. «Comencé a ir al CAB cuando tenía siete años, jugando baloncesto, y la mayoría de mis recuerdos de infancia están ligados a ese lugar. Uno de los más hermosos», recuerda David con ternura y nostalgia, «es la noche en que mis amigos y yo nos quedamos a dormir allí con sacos de dormir durante un torneo importante de baloncesto. Fue una experiencia llena de risas y amistad que aún llevo en mi corazón».
David tiene cabello y ojos oscuros, y su rostro se suaviza cuando habla de su esposa, Reem. Su mirada se pierde en un pasado dulce, listo para revivir y contar. «Conocí a Reem precisamente en el CAB. Recuerdo bien que era un jueves, porque los jueves en el CAB eran noches de bingo. La vi entre algunos amigos comunes y le pedí a una de sus amigas que le preguntara si podía acercarme para hablar con ella. Así comenzó todo. En esa época—era 2002—el Centro también tenía un cine, y le pregunté si podía unirme a ella y sus amigos para ver una película. Esa noche daban Titanic», dice David, sonriendo avergonzado al recordar que fue la película romántica más famosa del mundo la que marcó su primera cita. «Me senté junto a ella, pero—¡maldita timidez!—ni siquiera le hablé».
Al escuchar los relatos de David, emerge con fuerza la estrecha conexión entre los acontecimientos de su vida y los lugares donde sucedieron: es como si estuviera convencido de que, sin esos espacios, sin esas oportunidades de socialización y ligereza que ese lugar ofrecía, muchas cosas buenas nunca le habrían sucedido. «Belén es una ciudad muy pequeña», explica, «y el CAB es su mayor y principal punto de referencia. Es un lugar donde los jóvenes aprenden a socializar, a construir su personalidad y a descubrir sus talentos. Es un entorno seguro, con reglas que unen a las familias y ofrecen actividades deportivas y educativas, evitando que los jóvenes terminen en la calle o expuestos a la violencia».
«Hoy mis pensamientos están en conflicto», declara David con amargura, el ceño fruncido en una mirada llena de preocupación. «La situación de nuestra ciudad y nuestro país es difícil, tanto económica como políticamente. Creo en la oración y creo que vendrán días mejores: rezo por la paz, pero temo por el futuro de nuestros hijos».
«Como cristiano y como minoría en la ciudad, a veces me siento sin esperanza por ellos. Los veo viendo series internacionales, mirando el mundo a través de las redes sociales; los veo pensar que la vida fuera de Palestina es más fácil, más hermosa, más segura. Mi miedo es perderlos, que piensen en emigrar cuando crezcan».
En este punto, David se detiene, como para recoger sus pensamientos. Después de unos segundos de silencio, levanta la mirada y afirma con tono resuelto: «Pero creo que, mejorando el CAB y sus instalaciones, podemos darles más esperanza y mostrarles una perspectiva más luminosa».
Esta esperanza puede parecer simple, como la pretensión de resolver un drama político y humano renovando un edificio abandonado, parcialmente inseguro. Pero para David y los ciudadanos de Belén, representa algo mucho más grande. Para los belenitas, un espacio colectivo, un lugar donde reunirse y reír en medio del miedo a las bombas, la ansiedad de las tiendas cerradas y la incertidumbre de un mañana siempre más incierto que el día anterior, es una esperanza tan poderosa como para iluminar un futuro diferente. «Queremos crear un nuevo mundo dentro del CAB, donde los niños puedan cumplir sus sueños, hacer amigos y, tal vez, conocer a su futuro, como me pasó a mí con mi esposa». Por esto, Pro Terra Sancta apoya la renovación del Centro.
Para regalar un espacio de futuro a los niños de Belén, un espacio de memoria y esperanza para quienes fueron niños allí y hoy desean para sus hijos la misma despreocupación y serenidad.