"A pesar de los tiempos difíciles, la desesperación no es una opción."
“No están solos. A pesar de los tiempos difíciles, la desesperación no es una opción.” Estas fueron las palabras del Patriarca de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, dirigiéndose a la comunidad de Yenín, una ciudad problemática de Cisjordania, apenas unas horas después de un ataque devastador. Palabras fuertes, difíciles de pronunciar en las condiciones en que vivía la población. No desesperen, no están solos. Es un eco de lo que dijo Jesús a la viuda que acababa de perder a su único hijo: “Mujer, no llores”. ¿Por qué? ¿No tenía acaso todo el derecho de llorar? ¿No tienen derecho a llorar y desesperarse también los ciudadanos de Yenín, Gaza, Hebrón, Beirut o Alepo?
Si miramos los hechos, la crisis humanitaria en el Medio Oriente está alcanzando proporciones sin precedentes. En Gaza, más de 40,000 palestinos, incluidos miles de niños, han sido asesinados por los bombardeos israelíes, con decenas de miles de heridos. Los ataques de Hamás han golpeado a Israel, causando más de 800 muertos y más de 2,500 heridos, con miles de cohetes lanzados. En Cisjordania, al menos 1,000 palestinos han muerto por ataques israelíes, mientras que las demoliciones forzadas han desplazado a más de 2,000 personas.
En Gaza, casi dos millones de personas están desplazadas internamente. De estas, 137,000 están acogidas por la UNRWA, mientras que el sistema de salud está colapsado y no hay acceso a agua, alimentos ni combustible para sus dos millones de habitantes. Numerosos edificios civiles, incluidos hospitales y escuelas, han sido destruidos, empeorando aún más la ya desesperada situación de la población civil, que sigue viviendo en condiciones insoportables. ¿Por qué deberían tener esperanza estas personas? Quizás esta sea la pregunta más dramática y urgente de hoy. No solo les concierne a ellos, sino también a nosotros, impotentes ante tanto sufrimiento. Y dentro de un mes será Navidad.
Una vez más este año, el pesebre en Belén está listo para recibir al Niño Jesús, que viene y nace de nuevo. Para nosotros en Pro Terra Sancta, recibir esta vida significa abrazar una esperanza nueva, que no elimina la guerra ni las dificultades, pero que hace posible experimentar la paz y mirar los desafíos de otra manera. Hace unos días, hablando con unos amigos franciscanos que viven en una situación muy complicada en Siria, nos dijeron que en el convento donde viven están prohibidas tres palabras: tristeza, queja y desesperación. “El dolor es permitido, pero debe ser aceptado, sin resentimiento hacia Dios ni hacia los demás.”
Este mes queremos acompañarles en un viaje que comienza lejos y llega hasta Belén. Les llevaremos a Beirut, donde ayudamos a los niños a superar los traumas causados por la guerra. Pasaremos por Siria, donde, a pesar de la crisis económica que mata de hambre a la población, encontramos quienes no abandonan el país y luchan por un futuro mejor. O en Jordania, donde las escuelas son un punto fundamental para seguir educando en la paz. En Palestina, y más allá...
El viaje comienza el 1 de diciembre y llega hasta la noche de Navidad. Les contaremos las historias de quienes no se han rendido ante la desesperación, quienes sueñan con ser futbolistas o panaderos expertos; historias de quienes eligen quedarse en su tierra para construir un futuro, ayudar a los demás y vivir mejor. Pequeños puntos de luz que les mostraremos en el camino. Historias y proyectos que quizás nunca cambien las fuerzas abrumadoras de la política cegada por la guerra, pero que de alguna manera nos muestran que la paz ya es posible entre hombres y mujeres de buena voluntad que se atreven a encontrarse y apostar por el bien. Y eso ya es algo.
Se acerca la Navidad. Y más que nunca, queremos declarar que ¡no! La desesperación no es una opción. No puede serlo. Y no solo porque en menos de un mes celebraremos la fiesta más hermosa del año, la más alegre, la más tierna, alrededor de mesas donde la tristeza no tiene cabida. No puede serlo, no porque seamos ingenuos. Somos plenamente conscientes de las dificultades, la violencia, el miedo y la miseria. Pero no puede serlo, porque en algún lugar la vida todavía clama con esa esperanza que siempre habita en el corazón humano. En las experiencias de personas que se sienten amadas y acogidas donde están. En proyectos de educación, de diálogo, de encuentro. Este es el tema de nuestra campaña de Navidad: La desesperación no es una opción. Nunca. Feliz camino hacia el pesebre de Belén.