El punto más hondo de la Basílica del Santo Sepulcro, sito bajo la capilla de Santa Helena, es el lugar en donde, segun la tradición, la emperadora Helena encontró la cruz de Cristo, junto con los clavos y con el titulus, el papel que llevaba escrito la condena en tres idiomas.
En la capilla del descubrimiento de la Cruz, las paredes mantienen débiles huellas de frescos pintados durante el siglo XII que, pese a pasadas intervenciones de restauración, se han deteriorado gravemente por causa de la humedad, del humo de las velas y de otros varios factores climáticos, además por cierto, de los siglos trascurridos.
En estos días, gracias al trabajo y a la pasión de una voluntaria italiana, María Cristina Colombo, quien ha contado con la supervisiòn de Carla Benelli y Osama Hamdan, ambos colaboradores de ATS pro Tierra Santa, así como de la coordinación logística del Economato y de la Oficina Técnica de la Custodia de Tierra Santa, las huellas de estos frescos volvieron a ser visibles.
Las operaciones realizadas han sido de limpieza sencilla, con extracción de sales solubles por medio de compresas con agua desionizada. Ahora los muchos peregrinos que cada día bajan la escalera de la Basílica del Santo Sepulcro para llegar a la más profunda de sus capillas, podrán ver con claridad lo que queda de estos frescos, testimonio antiguo de un legado histórico que desde siempre une los cristianos de todo el mundo a este lugar, no por nada llamado “el Centro del Mundo”.