Estas fueron las palabras pronunciadas por el Papa Francisco con ocasión de la audiencia concedida a los participantes en la Sesión Plenaria de la Congregación para las Iglesias Orientales, recibidos el pasado 21 de noviembre en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano. (El discurso completo se puede encontrar aquí: vatican.va).
"Esta mañana pude conocer de palabra de los patriarcas y de los arzobispos mayores la situación de las diversas Iglesias orientales: el reflorecimiento de la vitalidad de aquellas largamente oprimidas bajo los regímenes comunistas; el dinamismo misionero de las que tienen su origen en la predicación del apóstol Tomás; la perseverancia de las que viven en Oriente Medio, no raramente en la condición de «pequeño rebaño», en ambientes marcados por hostilidad, conflictos y también persecuciones ocultas.
(…) Mi pensamiento se dirige de modo especial a la tierra bendecida donde Cristo vivió, murió y resucitó. En ella —lo percibí también hoy por las palabras de los patriarcas presentes– la luz de la fe no se ha apagado, es más, resplandece vivaz. Es «la luz del Oriente» que «ha iluminado a la Iglesia universal, desde que apareció sobre nosotros una luz de la altura (Lc 1, 78), Jesucristo, nuestro Señor» (Carta ap. Orientale Lumen, 1). Por ello, todo católico tiene una deuda de reconocimiento hacia las Iglesias que viven en esa región. De ellas podemos aprender, entre otras cosas, el empeño del ejercicio cotidiano de espíritu ecuménico y diálogo interreligioso. El contexto geográfico, histórico y cultural en el que viven desde hace siglos, les ha convertido, en efecto, en interlocutores naturales de otras numerosas confesiones cristianas y de otras religiones.
Preocupación por los Cristianos en Oriente Medio
Gran preocupación despiertan las condiciones de vida de los cristianos, que en muchas partes del Oriente Medio sufren de forma particularmente difícil las consecuencias de las tensiones y de los conflictos actuales. Siria, Irak, Egipto, y otras zonas de Tierra Santa, a veces derraman lágrimas. El Obispo de Roma no descansará mientras haya hombres y mujeres, de cualquier religión, ofendidos en su dignidad, privados de lo necesario para la supervivencia, sin futuro, forzados a la condición de desplazados y refugiados. Hoy, junto con los Pastores de las Iglesias de Oriente, hacemos un llamamiento para que se respete el derecho de todos a una vida digna y se profese libremente la propia fe. No nos resignemos a pensar el Oriente Medio sin los cristianos, que desde hace dos mil años confiesan allí el nombre de Jesús, insertados como ciudadanos a pleno título en la vida social, cultural y religiosa de las naciones a las que pertenecen.
El dolor de los más pequeños y de los más débiles, con el silencio de las víctimas, plantean un interrogante insistente: «¿Qué queda de la noche?» (Is 21, 11). Sigamos vigilando, como el centinela bíblico, seguros de que no nos faltará la ayuda del Señor. Me dirijo, por ello, a toda la Iglesia para exhortar a la oración, que sabe obtener del corazón misericordioso de Dios la reconciliación y la paz. La oración desarma la ignorancia y genera diálogo allí donde se abrió el conflicto. Si será sincera y perseverante, hará nuestra voz apacible y firme, capaz de hacerse escuchar incluso por los responsables de las Naciones.
Mi pensamiento se dirige, por último, a Jerusalén, allí donde todos espiritualmente hemos nacido (cf. Sal 87, 4). Le deseo toda consolación para que pueda ser verdaderamente profecía de la convocación definitiva, de Oriente a Occidente, dispuesta por Dios (cf. Is 43, 5). Que los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II, incansables agentes de paz en la tierra, sean nuestros intercesores en el cielo, con la toda Santa Madre de Dios, que nos dio el Príncipe de la paz.
Todas las actividades que ATS pro Terra Sancta está desarrollando en los últimos años, en Jerusalén, Belén, y en toda la Tierra Santa hasta llegar a Siria y Egipto, están profundamente encaminadas en la dirección marcada por el Papa Francisco en este bellísimo discurso: el apoyo a las comunidades cristianas que aquí sobreviven entre tanta dificultad, a este “pequeño rebaño” del que habla el Santo Padre, con la voluntad de mantener viva esta “luz del Oriente”, la Madre Iglesia de Jerusalén de la que todos descendemos".