Intervención del padre Custodio en el Meeting de Rímini con motivo de la presentación de la exposición sobre Jesús en Cafarnaúm: “Con los ojos de los apóstoles - Una presencia que trasciende la vida”.
El Custodio de Tierra Santa, fray Pierbattista Pizzaballa, ha intervenido en el Meeting de Rímini para presentar la exposición sobre Jesús en Cafarnaúm, “Con los ojos de los apóstoles - Una presencia que trasciende la vida”, patrocinada por la Custodia de Tierra Santa y con la colaboración de la ATS pro Terra Sancta. Su intervención, basada en una profunda interpretación bíblica y evangélica y enriquecida con experiencias personales, ha sido una reflexión que ha abordado temas fundamentales como la concreción del mensaje cristiano experimentado en los mismos lugares en los que Jesús vivió y actuó, el valor y el significado de la presencia franciscana en Tierra Santa, así como las dificultades y la belleza del diálogo interreligioso a través de la experiencia personal del padre Pizzaballa durante sus años de estudio en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Ofrecemos a continuación algunos momentos significativos de esta intervención:
Esto es, a mi modo de ver, vivir la vida y la fe “con los ojos de los apóstoles”. Más que fidelidad a un depósito estático e inmutable, la “apostolica vivendi forma”, de franciscana memoria, expresa justamente la convicción de que aquí y ahora, en el pequeño fragmento de nuestras biografías y geografías, podemos ver y encontrar “una inmensa certeza” porque ésta ya ha habitado “en aquel tiempo” y “en aquella región”. Todavía hoy se ven las calles que Jesús recorrió, los restos de la casa de Pedro. Podemos imaginar cómo era la vida de sus habitantes en aquel tiempo. Vemos las cocinas con sus hornos, los pavimentos, las escaleras... podemos suponer cómo eran los techos de paja. Entre esas casas está también la casa de Jeús. La vemos y unos pocos privilegiados pueden incluso tocarla, allá arriba en la orilla del mar de Galilea. Aquellos habitantes no tuvieron una experiencia emocional o teórica. Jesús estaba allí, en medio de ellos, en sus mismas casas. Los milagros que sacudieron sus existencias ocurrieron justo allí, en el interior de su real y ordinario contexto vital, transformándolo. Así, Cafarnaúm nos demuestra que la vida real del hombre es la auténtica Tierra Santa del encuentro con Dios. Encontramos a Dios viviendo la vida según su estilo, que es el de la relación, del encuentro abierto a Él. Existe de nuevo un lugar de encuentro entre Él y nosotros y este lugar es la simple realidad, tal como es. La vida vivida con y para el prójimo es el único lugar de encuentro con Él. Y cuando digo vida no hablo de algo abstracto, idílico, limpio. No. Hablo de vida. E incluso quien conoce tan sólo un poco su propio corazón, sabe cómo ésta está marcada por la ambigüedad, por el pecado. Sin embargo, justamente esta vida y esta tierra son el lugar del encuentro con Él. No hay experiencia de Dios que no pase por el drama, doloroso y bellísimo, de la vida de cada uno. Aquí, en nuestros encuentros, en nue-stras casas, se produce la salvación. Esto es lo que han visto, y contemplado, los ojos de los apóstoles. Estando en Tierra Santa me he ido convenciendo, poco a poco, de esto. No porque lo haya estudiado en los libros sino porque se me ha concedido vivirlo. Para esto, la Tierra Santa es un lugar formidable. Custodiar los Santos Lugares no es una simple misión arqueológica. Estar en Tierra Santa como franciscano y custodiar la memoria de los Santos Lugares nos obliga, sobre todo, a custodiar el testimonio y la experiencia a la que estos Lugares hacen referencia. El Lugar del encuentro que llega a hacerse perdón debe convertirse en testigo de encuentro y de perdón. Si Jesús ha vivido en una tierra impregnando al hombre concreto con la verdad y la divinidad, es posible vivir en la Tierra con y como Él. Si existe la Tierra Santa, quiere decir que existe un modo santo de vivir en la Tierra. Con palabras de Rahner, “Si el Verbo se ha hecho hombre, ¡todos los hom-bres pueden, en potencia, hacerse el Verbo!”. Cafarnaúm nos dice que en esta tierra y entre los hombres, el encuentro con Dios es todavía y siempre posible. Por tanto, para nosotros, estar en Tierra Santa no debe ser sino hacer lo que Jesús mismo ha hecho, es decir, vivir con vitalidad en este mundo fracturado, ser la prolongación de su vida de acogida y entrega. ¿Cómo lo hacemos? De una forma muy simple: intentando simplemente vivir el Evangelio. La misión, de hecho, no es hacer cualquier cosa sino vivir el Evangelio en el lugar, en las condiciones a las que eres enviado. Vivir el Evangelio en Tierra Santa donde, con frecuencia, encontrarse resulta complicado, donde el pasado (y el presente) de violencia ha marcado la vida de todas las comunidades, sociales y religiosas, hasta convertirse en el único criterio de lectura de las relaciones actuales... para un franciscano es cuestionar e interrumpir el círculo vicioso de la violencia y del temor siendo testigo de la salvación. Las páginas del Evangelio de Cafarnaúm nos hablan de una salvación muy concreta y de un Dios que llega para vivir exactamente en el espacio de tu vida cotidiana, para quien esta vida cotidiana, tal y como es, se convierte en el camino de tu encuentro con Él. No es necesario inventarse nada. ¿Como me encuentro hoy con Cristo? No estoy siempre preparado para el encuentro. Pero sé cuáles son los puntos fundamentales para mi: la Palabra y la oración, el Lugar y las personas. Todo junto. La relación con el Lugar nos lleva continuamente al evento del que nos hablan las Escrituras, convirtiéndolo en memoria cercana, concreta. La relación con las personas nos empuja a certificar la verdad de nuestra experiencia. Las relaciones en Tierra Santa están terriblemente dañadas. Y es precisamente estando ahí dentro, dentro de esas relaciones, donde se encuentra la provocación cotidiana de la relación con Cristo, y entonces todo se vuelve concreto, difícil, aunque necesario: perdón, gratuidad, libertad, caridad, moderación, paciencia, a-cogida... se vuelven necesarias. Negarse a esto sería negarse a Él. Para concluir diré que, como franciscanos de Tierra Santa, nosotros hacemos, más o menos, lo que hacen los demás: rezamos, estudiamos, enseñamos, llevamos a cabo excavaciones arqueológicas, custodiamos los lu-gares, acogemos a la gente, construimos casas, trabajamos, vendemos y compramos... Pero el sentido de lo que hacemos no se encuentra en lo que hacemos sino en la posibilidad que surge de amar la vida del hombre, sabiendo precisamente que toda vida es posibilidad de la presencia de Dios. Es sacramento de un encuentro. El fin no es el producto sino la relación, el encuentro. Es el Evangelio de la presencia, es el estar allí, ser allí. Sólo tenemos esta certeza: que el Señor continúa caminando dentro de la historia del hombre, que sigue siendo una historia difícil, pero habitada y perdonada. Y, por ello, preciosa. Estamos con el regusto de quien quiere impregnar todo con la novedad única de nuestra fe, que es la salva-ción, y una salvación personal que toca a cada hombre en particular. Estamos, por tanto, manteniendo la puerta abierta, como abierta era la casa de Pedro que acogió a nuestro Señor Jesús.