Mostramos la carta escrita por el padre Armando, director de la escuela de música de la Custodia de la Tierra Santa en Jerusalén, el Magnificat, a los donantes y amigos de la escuela de música Grünwald. Las palabras del padre Armando se han leído con ocasión del concierto el 23 de enero pasado.
Queridos amigos, querido director:
Me llamo Armando Pierucci. Soy un hermano franciscamo, como los de la iglesia de S. Antonia en Múnich. Hacia el 1988 enseñaba órgano y composición organística en el conservatorio “G.Rossini” de Pesaro, la ciudad en el mar Adriático que los ciudadanos de Múnich consideran como su playa. P. Ignacio Mancini, ahora Custodio de la Tierra Santa, me dijo: “Tenemos muchos hermanos que tocan pero necesitamos un compositor”. “Que sepa tocar”, respondió. “voy a Tierra Santa para dos años: dejo todo prepardo y vuelvo a Italia”.
Esto fue en 1988: a los dos años tuve que añadir otros dos. De hecho durante los siete primeros años no había sido capaz de persuadir a ningún hermano o muchacho para dedicarse a la música y así asegurar el servicio organístico en el S. Sepulcro, en los otros santuarios y en las parroquias de la Tierra Santa. Todos decían: “con la música no se vive”.
Debía demostrar que con la música sí se puede vivir y así, al final de 1988, visité a Agostino Lama, un armenio, padre de ocho niños: durante 60 años ha sido músico en la Tierra Santa. Una escuela había demostrado a los jóvenes y a sus familias que con la música se puede vivir en el Medio Oriente, o, al menos, es díficil morir de hambre. Así les propuse a los franciscanos de la Custodia de la Tierra Santa, reunidos en el Capitolio en 1995, abrir una Escuela de Música. Confieso haber realizado este paso para calmar mi concienciza. Estaba seguro de tres cosas: los hermanos habrían votado contra mi propuesta, no hubieran podido encontrar un sitio donde ubicar la Escuela; ninguno se habría inscrito.
Sin embargo los hermanos acogieron la iniciativa en unanimidad; el arquitecto P. Alberto Prodomo, ofm, adaptó a la Escuela la base del convento de S. Salvador; y, durante el primer año, fueron 35 los chicos inscritos.
De año en año los alumnos aumentaron. No hicimos publicidad: bastaba con el boca a boca de los muchachos. Ahora debemos limitarnos a 250 estudiantes y hemos preparado el proyecto para construir una sede más grande. De los 20 profesores que somos, 6 son cristianos. Los otros tienen que ser israelitas o musulmanes. Pero esta pregunta no se la hacemos a nadie, ni a los estudiantes, ni a los profesores.
Los alumnos son en su mayoría cristianos de varias confesiones. Cuando, en 2009, SS Benedicto XVI vino a Tierra Santa, todos debían tener una entrada para participar en la Misa del Papa en el Valle del Cedron, compuesta por nuestros coristas. Alguno dijo que la entrada podría obtenerla sólo los Católicos. Desde fuera se supo que los coristas eran Cristianos, pero no sabían a qué confesión pertenecía. Entre los alumnos teníamos muchos musulmanes y hebreos. Algunos de ellos participaron también en los servicios litúrgicos.
Nuestra Escuela de Música está en la Ciudad Vieja, la parte de Jerusalén que Saladino rodeó de murallas. En la Ciudad Vija está el S. Sepulcro, la Iglesia de la Flagelación, la Via Dolorosa. Ahora en la Ciudad Vieja no hay prados, zonas de juego, lugares en los que los chicos puedan desarrollar una actividad extraescolar. Parece que la muralla de Saladino delimita una prisión. Es por esta razón que el Magnificat ha tenido un gran desarrollo. Estudiar música, de hecho, no conlleva ninguna distinción étnica, religiosa o lingüística. En el Magnificat se escuchan al menos diez lenguas: árabe, hebreo, armenio, ruso, griego, inglés, francés, alemán, italiano y español.
Y además la música tiene sus dones: el gozo del sonido, la amistad del canto del coro, el aplauso de los conciertos que premia meses de estudio, la libertal de expresar los sentimientos sin hablar, la posibilidad de dedicar la vida a una vida artística, como ya han hecho tres de nuestros estudiantes, ahora profesores en el Magnificat. Concedemos mucha importancia al canto coral, que une armónicamente las voces. Con nuestro coro en septiembre de 2009 fuimos a Suiza, donde grabamos dos CD con cantos sacros en lengua árabe: uno para el periodo de Navidad y otro para el de Pascua. Son cantos litúrgicos de los primeros siglos cristianos, cuando la Iglesia estaba toda unida; otros han estado presentes en la memoria de los ancianos, o son del todo novedosos.
De este modo, con el estudio de la música y con el redescubrimiento del repertorio coral, nosotros practicamos una forma de música de terapia: cantar y tocar juntos contribuye a apaciguar los traumas provocados por la enemistad racial, en 150 km de muralla, en los estenuantes controles militares. Redescubrir el repertorio artístico, litúrgico y musical muestra claramente, sobre todo, a los Cristianos que tenemos las mismas raíces en la tierra, como un mismo Padre en el Cielo.
Estamos muy agradecidos a vuestra escuela de música y a la maravillosa iniciativa de esta noche: vuestro concierto apoya al Magnificat; y conmigo también están agradecidos los franciscanos que custodian los Lugares Santos, todos los alumnos y profesores de nuestra Escuela de Música de Jerusalén. Nuestra Escuela se llama “Magnificat” porque nos inspiramos en el abrazo que las dos Madres, Isabel y María SS.ma, una judía y otra de Galilea, dieron a Ain Karem, cerca de Jerusalén. Aquella vez María SS.ma entonó el Magnificat.
Vuestro abrazo, queridos músicos y público aquí presente, continúa el abrazo de las dos Madres: vosotros, alemanes, nos rodeáis con vuestro amor a los que vivimos en Jerusalén, pero que venimos de tantos países del mundo. Un día cantaremos juntos: “L’anima mia magnifica il Signore” (Mi alma magnifica al Señor).
Gracias
Vs. Aff.mo fr. Armando Pierucci
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