Jameela es una mujer siria, acaba de cumplir 35 años y vive en Damasco. Cuando empezó la guerra, en 2011, tenía 24 años, y ya era madre de dos hijos. Sin trabajo, como muchas mujeres se dedicaba en el cuidado del hogar y de sus niños. Su marido, Simon, mantenía a la familia a través de trabajos ocasionales. “No éramos ricos, pero no estábamos mal”. Hasta el comienzo de la guerra.
Vida diaria entre los bombardeos
Ella recuerda bien aquellos días de fuertes e interminables bombardeos, vividos juntos al marido y a los dos pequeños de casa, George y Louay, de tres y cinco años. “Estaba preocupada por todo lo que estaba pasando, pero al principio no pensé en una tragedia asì”.
En la medida de lo posible, intenta educar a sus hijos y mantenerlos activos también cuando el colegio se cierra por causa de la guerra. Así que la vida en casa se hace más monótona, los niños juegan a menudo en el balcón de casa, porque salir puede ser demasiado peligroso.
Jameela vivía en una casa sencilla y modesta: dos habitaciones y un pequeño patio para jugar. Una casa como muchas otras, cerca de la puerta de San Tomàs, a la entrada de la ciudad vieja de Damasco.
En un caliente sábado de finales de abril, los dos niños bajaron temprano para jugar al fútbol. “Todavía tenía en mente la fuerte explosión de la noche, pero no le presté atención. Era bastante normal. No me preocupaba que pasara nada nada mas”. Así que decidí ir al mercado para comprar algunas verduras, mientras pide a sus hijos que esperen en casa el regreso de su padre. George e Louay van a la terraza para seguir jugando al fútbol.
La desesperación màs grande
“Cerca del mercado, al lado de la gran Mezquita, oí una fuerte explosión y tuve una extraña sensación”. Jameela volvió rápidamente a casa, dejando en el suelo todo lo que había comprado y acelerando el paso cada vez más. Cuando empezó a vislumbrar su casa desde lejanos, se dio cuenta de lo que realmente había pasado.
Un proyectil de mortero había destruido el balcón de su casa, matando a sus niños mientras jugaban. “Me contaron de haber quedado paralizada por el susto, durante días no pude hablar. Tampoco pude ver los cuerpos de mis hijos. Estaba petrificada”.
Durante el funeral empieza a gritar su desesperación. Simon lucha por mantenerla mientras Jameela intenta abrir los pequeños ataúdes para dar un último beso a sus pequeños hijos. Nadie tuvo el coraje de decirle que solo se encontraron trozos de los cuerpos de los niños, que luego se metieron en esas pequeñas cajas de madera.
“Hoy casi sonrio en pensar a aquel gesto tan ingenuo de mi parte”. Fue la mayor prueba de nuestras vidas, la mía y la de mi marido” Durante varios meses, Jameela no quiso ver a nadie. “Estaba enfadada con Dios por lo que me había hecho. Si es bueno, ¿cómo podría permitir algo así? Me pareció injusto y descargué toda mi ira contra Èl”.
El milagro inesperado
Pasan algunos meses y se queda embarazada. Ni hablar, esta vez no quería quedarse con el bebé que acababa de empezar a crecer en su vientre. “No podía soportar dar a la luz a otro hijo que pudiera serme arrebatado de un modo o otro. Nunca más volvería a correr esos riesgos. No tuve el valor. No, le dije a Simon que iba a abortar".
Y después ocurrió lo que ella llana “el milagro”. Conoció a algunas personas de la parroquia, donde hemos abierto un centro de acogida en los últimos años y que empezaron a estar cerca de ella. Para simplemente hacerle compañía. Una compañía que empieza a plantear preguntas. “¿Porqué aquellas personas eran tan felices? ¿Que les hizo capaces de amar? Así, cuanto más tiempo pasaba con ellos, más me daba cuenta de que quería ser como ellos, capaz de esa sonrisa, capaz de ser feliz”.
Aquellas amistades se convierten en un apoyo diario. Tanto que poco a poco en el corazón de Jameela se abre el camino a la fuerza de intentar de perdonar y de aceptar a un hijo. Aquel niño que todavía vivìa en su vientre. Una noche, comunica a su marido Simon su decisión. “Simon, quiero quedarme con el bebé”. Y así lleva a cabo el embarazo.
El Angelo que nos enviò el Señor
Unos meses después nació un nuevo hijo, al que decidieron llamar Angelo. “El Ángel que el Señor nos envió”, dice mientras lo toma en sus brazos, “cuando creíamos que lo habíamos perdido todo".
Esta es la historia de Jameela, una historia de dolor y esperanza, de esas que sólo países como Siria han sido capaces de darnos en estos años de guerra Lo contamos hoy, a pocos días del Día de la Madre, para recordar y celebrar el valor de tantas madresque han criado a sus hijos en este país víctima y mártir.