"...Aquí Cristo murió y resucitó, para no morir nunca más. Aquí la historia de la humanidad cambió definitivamente. El largo dominio del pecado y de la muerte fue destruido por el triunfo de la obediencia y de la vida; el madero de la cruz revela la verdad sobre el bien y el mal; el juicio de Dios sobre este mundo se pronunció y la gracia del Espíritu Santo se derramó sobre toda la humanidad. Aquí Cristo, el nuevo Adán, nos enseñó que el mal nunca tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte, que nuestro futuro, y el futuro de la humanidad, está en las manos de un Dios providente y fiel...Rezo para que la Iglesia en Tierra Santa obtenga siempre nueva fuerza de la contemplación de la tumba vacía del Redentor. En esta tumba está llamada a sepultar todas sus ansiedades y temores, para resurgir nuevamente cada día y proseguir su viaje por los caminos de Jerusalén, de Galilea y más allá, proclamando el triunfo del perdón de Cristo y la promesa de vida nueva. Como cristianos, sabemos que la paz que anhela e sta tierra lacerada por los conflictos tiene un nombre: Jesucristo. "Él es nuestra paz", que nos ha reconciliado con Dios en un solo cuerpo mediante la cruz, poniendo fin a la enemistad (cf. Ef 2, 14). Así pues, pongamos en sus manos toda nuestra esperanza en el futuro, como él en la hora de las tinieblas puso su espíritu en las manos del Padre."
Papa Benedicto XVI – Santo Sepulcro, Jerusalén, 15 de mayo 2009