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Los colores valientes

29 noviembre 2021
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Los colores valientes
Los colores valientes

La historia de Benan Kayvali

Cristianos y musulmanes están juntos para construir un sitio de paz. Ésto ocurre en Alepo, teatro de una violencia que le marcó a la tierra, destruyó los edificios, y dejó enterradas cientas de bombas que atentas esperan el momento de volver a la luz con una explosión devastadora. La larga historia de la guerra en Siria le llevó a la ciudad a convertirse en el centro caliente del conflicto por dos años. Es un tiempo interminabile, durante el cual las coaliciones militares y los ejércitos de todo color desahogaron una violencia ciega sobre la ciudad, y erraigaron de sus fundamentos a los edificios y a las esperanzas. 

Cristianos y musulmanes ahí están juntos, para darle una respiración al futuro, para volver a prender una luz, débil pero viva; en medio del humo de las ruinas. Es lo que nos cuenta la doctora Benan, responsabile e infatigable animadora de los proyectos de Pro Terra Sancta en la ciudad siria. 

Los comienzos, en 2015

“Nosotros tenemos que ayudarnos; siempre debemos estar al mismo lado. ¡Así somos más fuertes! Y tenemos que estar juntos para construir lo mejor”: así habla Benan por teléfono en un inglés animado, un poco avergonzada por la solicitud de contar cosas y contarnos sobre ella misma. Benan tiene poco más de treinta años, dos títulos universitarios, un posgrado en psicología y salud mental, y sale en las fotografías como una mujer sonríente. Los ojos negros y activos se destacan entre el hijab y la chompa gris del Franciscan Care Center, el proyecto en que la mujer participa en Alepo hace ya seis años, desde que le conoció al padre Firas Lutfi, un franciscano, quien le involucró en Asociación Pro Terra Sancta. “En 2015 le conocí al padre Firas, aquí en Alepo. En ese entonces la ciudad estaba en medio de la crisis y la atravesaba el frente de los combates. Hablamos por mucho tiempo, juntos discutimos; y ambos mostramos el deseo de realizar algo concreto, real y útil para los hombres y las mujeres que habían vivido y estaban viviendo la guerra”. Así nació este extraño diálogo entre los colores alegres del velo que le cubre al rostro de Benan y el marrón y el hábito del franciscano. Es una armonía singular, que realmente empezó a pintar las vidas de las personas que los encontraban en Alepo. “Le sugerí al padre Firas empezar por un programa de apoyo psicológico a través del arte; les alcanzamos a los chicos y chicas, a los que estaban traumados, a los que tenían problemas psicógicos, y que eran débiles tras el drama de la guerra y las bombas”. El proyecto con fátiga resistió por dos años, animado por la voluta de Benan y del padre Firas de sembrar una semilla de paz en medio del conflicto. 

En el este de Alepo

En 2017 llegó la liberación, y Alepo a todos les abrió los ojos frente a una catástrofe que vivía en sus barrios orientales. La parte oriental de la ciudad, gravemente bombardeada durante los combates, había sido destruida. Allí yacía la gran mayoría de las bombas, aún sin explotar bajo la tierra. Así las describe Benan: “Granadas, bombas, minas; todo podía explotar de un momento a otro. La gente nos decía que no fuéramos a los barrios del este de Alepo, todo era muy peligroso”. Pero Benan y el padre Lutfi igual fueron a esa zona de la ciudad: “Fuimos ahí adentro, vimos los barrios del este de Alepo, hablamos con la gente; y empezamos a hacer proyectos: pensamos construir algo para la gente, para satisfacer sus necesidades, sobre todo las de los niños”. 

Benan se toma un descanso. Quizá pasan frente a sus ojos las imágenes de las destrucciones del este de Alepo. Tal vez sean las de miles de niños que todos habían abandonado en medio de aquellas ruinas, y solos caminaban, criados desde muy pequeños por una violencia que les había quitado toda certeza, incluso la de tener una madre y un padre. En el este de Alepo varios niños habían nacido en pleno conflicto: “los niños son las víctimas de esta guerra; los que habían nacido de un padre considerado como un terrorista, o de un extranjero, y no recibieron ningún documento que llevara su nombre”. Son huérfanos y niños anónimos: no son nada más que sombras, pálidas y demacradas, en la desolación ya silenciosa de las ruinas. 

La mujer sigue con su cuento: “Ahí también queríamos hacer algo con el padre Firas, construir un centro de apoyo a la población, para darles una vida mejor”. Los dos comenzaron, pero después de poco tiempo necesitaron fondos. 

Nace Un nombre y un futuro

Entonces intervino Pro Terra Sancta, nos cuenta Benan, “que el padre Firas ya conocía hace tiempo; fue él quien le pidió a la Asociación que le echara una mano, y por suerte, Pro Terra Sancta nos ayudó. Fueron ellos quienes consiguieron muchos más donantes para nosotros, garantizando a nosotros y al proyecto un futuro, asegurándole un futuro a la obra”. Entonces, se empezó a hablar del futuro, el proyecto que Benan y el padre Firas pudieron poner en marcha gracias a Asociación Pro Terra Sancta en Alepo justo fue llamado Un nombre y un futuro. 

Desde 2017 hasta hoy Asociación Pro Terra Sancta junto con los franciscanos de la Custodia nunca dejó de apoyar a los niños de Alepo. En un principio solamente se les puso un nombre: “los ayudamos desde el punto de vista legal, y lo registramos”. Después el proyecto empezó concretamente a hacerse cargo de su futuro, como nos comenta Benan: “realizamos un centro de capacitación para todos aquellos niños que no podían ir a la escuela; también existía la posibilidad de recibir atención médica, y le habíamos contratado a un pediatra”. Pero no solamente los niños necesitaban renacer. 

El compromiso para las mujeres

También las mujeres, en el este de Alepo, eran protagonistas de una catástrofe. Muchas de ellas ya eran las silenciosas supervivientes de una tormenta que les había quitado sus seres queridos, quienes se fueron a la guerra, o simplemente nunca volvieron a sus hogares tras haber terminado su servicio como mercenarios en Alepo. Otras chicas o adultas, padecieron violencias, o varias veces tuvieron el coraje de dar a luz a niños y niñas que varias personas solamente trataban con desprecio y consideraban el fruto de actitudes inmorales. Pro Terra Sancta también se activó para ellos. 

“Nosotros también queríamos hacer algo para las mujeres que no sabían ni leer ni escribir”, nos cuenta Benan, “y les permitimos estudiar en nuestro centro de capacitación. Ahora casi todas recibieron un certificado oficial”. Se abrió en el centro una grieta hacia el futuro, que se hizo más ancha, a acercarse a los últimos, a los marginados y a la gente abandonada: “se abrió el centro de capacitación también para las personas discapacitadas, para hacer rehabilitación”. Cada aspecto del proyecto Un nombre y un futuro está monitoreado, “en calidad y cantidad”, dice orgullosa Benan mostrando sus capacidades académicas, para no desperdiciar energías y plata. 
Benan les dedica una última palabra de agradecimiento a las personas que le permitieron realizar todo ésto: “Está claro, todo ésto fue posible gracias al apoyo que nos dió Pro Terra Sancta; porque fue la mano fuerte que nos empujó, nos sostuvo, y nos ayudó a realizar toda actividad”. Se le escucha reír por teléfono, un poco le cuesta la pronunciación, y luego siempre riéndose dice: “Es espectacular ser parte de Pro Terra Sancta, porque podemos hacer el bien ayudando a la gente, y hacemos muchas cosas buenas, para construir algo mejor”.



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