Día 3: Beirut un año después de la explosión
de Giacomo Pizzi
A pesar del cansancio, de noche el calor no nos deja dormir: el despertador de las 7 es casi un alivio. Hoy tenemos planeado visitar a 12 familias de nuestros beneficiarios que fueron víctimas de la explosión en el puerto de Beirut que ocurrió en agosto de 2020.
Tras un rápido desayuno bajamos a la oficina para encontrarle al equipo de Pro Terra Sancta de Libano: Fadi, Stephanie, Georgina y Nadine. En el auto, viajando hacia los suburbios de Beirut, les pregunto a los chicos porque no estén llevando las camisetas con nuestro logo para visitar los hogares.
“Cuando vamos a estos barrios, dice Stephanie, nunca nos ponemos la camiseta porque miles de personas nos podrían asaltar pidiendo ayuda. La gente realmente está desesperada y también correríamos el riesgo de estar en peligro”.
En el camino notamos el esqueleto del silo del puerto, que ahora es el símbolo de las terribles explosiones y de las condiciones en que se encuentra el país, totalmente bloqueado. Los ojos de Nadine se llenan de lágrimas y por unos minutos hay silencio.
“Nunca empezaron las obras en el puerto, cuenta Nadine tras haber recuperado la fuerza, y ya existe un proyecto de reestructuración con fondos privados, pero muchas veces fue pospuesto esperando identificar los responsables”.
Llegó un poco apoyo para arreglar los edificios dañados por la deflagración de parte de organizaciones sin fines de lucro locales o internacionales, y también hubo un pequeño aporte de parte del ejército, que hoy sigue siendo el único órgano estatal que la población sigue respetando y valorando.
“Pero la verdadera novedad, comenta Stephanie, fue la gran solidaridad entre las personas. Cada uno hizo su parte, justo por la incapacidad del gobierno de reaccionar, y realmente hubo muchos acontecimientos conmovedores”.
Por ejemplo, una mañana la señora Shama, unos días tras la explosión, encontró una heladera totalmente nueva y envuelta frente a su puerta. El generoso donante anónimo la había dejado a lo largo de la noche.
Regresamos al auto y seguimos nuestro recorrido por las malas carreteras de los barrios más pobres de los districo de Hadath, Achrafieh y Burj Hammud, “¡Burj Hammud, BH, la Beverly Hills de Beirut!”, bromean los chicos en el auto.
Estacionamos el auto frente a un edificio y subimos hacia el sexto piso llegando al próximo hogar que tenemos que visitar. En una terraza se crearon varios cuartos con paneles de yeso y chapa. El sofá y los sillones no entran y están al aire libre.
Josephine y Sami viven aquí hace pocos meses con sus nueve hijos: debido a la explosión ya no podían pagar el alquiler de su viejo departamento y él perdió el trabajo. El alquiler de la terraza es mucho más barato y el gobierno le considera a su hogar como una verdadera vivienda.
También hay un pequeño salón interno con una pequeña barra de bar artesanal hecha con unos ejes de madera. Detrás de la barra notamos la gran bandera libanesa colocada en la “pared” de lona.
Sami sigue confiando, no el gobierno que lo abandonó, sino en Libano: “todo está muy difícil, pero no queremos rendirnos. Las personas como ustedes nos permiten seguir adelante”. Él sonríe. Le dejamos a la familia un kit de higiene, medicamentos y comida como hacemos cada mes.
Nos desplazamos hacia un departamento de 50 metros cuadrados situado en el cuarto piso de un edificio en ruinas. Para llegar hasta ahí subimos las escaleras en la obscuridad, no hay ventanas y la luz ya es un recuerdo lejano.
Aquí viven Muna y Rami, su hija mayor y sus cuatro nietos. Pasando por un pasillo estrecho y obscuro con al lado la cocina y el baño llegamos al cuarto principal: un pequeño salón con tres camadas atascadas y un sofá para los invitados. Un viejo ventilador nuestro único alivio contra el calor y el olor a cerrado.
Al entrar de repente le veo a la derecha a una niña de casi 12 meses y nuevamente pienso en mi hija. Tengo que salir por un momento de la habitación, dominado por las emociones. En el salón me encuentro con Rami y Muna, (quien intenta sentarse a pesar de la hernia), y ellos nos agradecen constantemente por los trabajos realizados.
Continuamos nuestro recorrido por las calles de Beirut durante todo el día y nos encontramos con muchísimas personas. Cada vez descubrimos nuevos aspectos de una miseria sin límites, que hace poco estuvo escondida debajo de la alfombra de los rascacielos de la capital del país de los cedros.
Marie hace pocos meses fue abandonada por el marido, quien le había dicho que saldría para “hacer unos trámites”, y nunca volvió. Quizá el marido se fue al extranjero para huir de este lío. El hijo mayor de Marie, quien solamente tiene 13 años, quedó traumado por la explosión, y desde entonces se pasa los días acostado en la cama.
Madame Farida tiene 70 años, y una mañana despertó con la cama que estaba flotando sobre medio metro de agua. Tras las explosiones su casa, que está al nivel de la calle, nunca se arregló dignamente.
Les brindamos ayuda a más de 7.000 personas, quienes nos dicen que “no somos iguales a los demás”. Nadine nos explica la razón: “antes recolectamos las solicitudes de apoyo, vamos a los hogares para averiguar la situación de los beneficiarios y frecuentemente detectamos muchos problemas que intentamos solucionar”.
El equipo de pro Terra Sancta Libano sigue apoyando a las familias con pasión y atención. “Las necesidades son infinitas, dice Fadi, y seguir cada caso requiere mucho compromiso de parte de nosotros. Ésto es lo que les emociona a las personas que ahora necesitan todo, es cierto, pero sobre todo necesitan no sentirse abandonadas”.
Mientras baja el sol entre los rascacielos de Beirut, subimos nuevamente al auto para ir a comer algo con el equipo y volver lo antes posible al convento, para poder saludarle a la familia antes que apaguen el generador.