Primero el esplendor, después la muerte y la sangre…, y la destrucción. Pero también muchos signos de una gran esperanza. Monseñor Abou Khazen, obispo de los latinos de Alepo se reunió con el equipo de la Asociación Pro Terra Sancta. Describe una de las ciudades más devastadas por el conflicto sirio que ahora trata de ponerse en pie. Una historia que en estos años ha implicado a varios amigos y benefactores, “sin los cuales no habríamos podido resistir”.
Sobre la que en la antigüedad se denominaba “Ruta de la Seda”, en la Región de San Pablo, se erigía una rica ciudad, conocida por su belleza en todo Oriente Medio: Alepo. Hoy, gran parte de ella ha sido destruida por el conflicto en Siria, que continúa desde hace más de seis años y que ahora que ha sido liberada, está por reconstruir.
“Inicialmente, durante el primer año y medio de guerra, la habían respetado. Después, casi por envidia de sy belleza, casi por venganza, los milicianos empezaron a infiltrarse. Hasta aislarla, cortando agua y luz. Así llegó el terror y la destrucción”. Son palabras de Mons. Abou Khazen, obispo para los latinos de Alepo, que hoy se reúne con el personal de la Asociación pro Terra Sancta en Milán.
Está contento de estar aquí, dice, contento de poder conocer y dar las gracias a quien durante estos años ha ayudado y apoyado —y continúa haciéndolo— la labor de los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa a beneficio de la población local. “Sin vosotros y tantas otras ayudas no habríamos podido resistir”, nos dice conmovido.
Y Mons. Abou Khazen no se refiere solo a la importantísima ayuda económica: “Vuestra cercanía ha sido y es muy importante, porque ya no nos sentimos abandonados”. Los cristianos ya eran una minoría, unos 180.000, y ahora son unos 30.000 o 40.000. Pero no nos sentimos una minoría derrumbada o perseguida, nos sentimos parte de una gran familia, que nos ama y que está con nosotros. Esto es muy importante para nosotros. Por ello os doy gracias.”
Hoy la vida vuelve a su curso en Alepo, y algunos de los que habían huido vuelven a casa. Pero las heridas son todavía profundas, y hay mucho por reconstruir, allí donde sea posible. “Con vuestra ayuda hemos comenzado ya a reconstruir algunas casas y apartamentos, pero tenemos más de 3.000 demandas.” Por otra parte continúa la distribución de bolsas de alimentos y medicinas, y la ayuda para encontrar un trabajo a aquellos que lo han perdido todo. Sin olvidar a los más de 6.000 niños a partir de cuatro años, abandonados entre los escombros. La mayor parte de ellos son hijos de milicianos y de mujeres de la Yihad, que venían del extranjero para ser compañeras de los combatientes. “Para la sociedad son una mala semilla… Nadie los quiere. Pero estamos pensando qué podemos hacer.”
A pesar del sufrimiento que soportan, Mons. Abou Khazen tiene confianza, porque además de ayudas ha habido y sigue habiendo muchos testimonios de esperanza. El de, por ejemplo, los religiosos que no han abandonado el país, “ninguno de ellos”. O la unidad que se ha creado entre las diferentes confesiones cristianas o con los musulmanes en el llamado “ecumenismo de sangre”, que es la única manera de reconstruir ahora.