«El mayor problema concierne a todos esos niños que ya no van a la escuela. Y son más de lo que imaginamos ». Estamos en Beirut, la capital del país de los cedros, donde el director de Pro Terra Sancta, Tommaso Saltini, fue recientemente a coordinar los distintos proyectos activos en apoyo a la población. Las calles están vacías, la destrucción sigue siendo claramente visible en una ciudad destrozada por la explosión del 4 de agosto pasado.
La crisis es cada vez más profunda y el panorama de salud no es alentador. El Líbano ha entrado en un nuevo bloqueo, después de que los últimos datos marcaran más de tres mil infecciones en un solo día. El presidente Michel Aoun también recordó recientemente las dramáticas escenas de quienes, frente a los hospitales, buscaban desesperadamente una cama para recibir tratamiento.
El país ha llegado a 220.000 contagios desde el inicio de la pandemia: no hay plazas en el hospital, no hay respiradores. Nadie estaba preparado, tras estos años de grandes dificultades políticas y sociales, para afrontar también el coronavirus. El gobierno ha impuesto un toque de queda y un cese total de actividades (a excepción del aeropuerto), pero la nación está al borde del colapso.
Después de la explosión del pasado mes de agosto, la crisis económica ha empeorado: los puestos de trabajo empiezan a fallar, los ahorros y las esperanzas de futuro se agotan. «El tejido social está fuertemente en peligro, un fenómeno nuevo para el Líbano - prosigue Saltini - y sin un equilibrio político es difícil prever una vuelta a la normalidad. Una gran parte de la población ya no puede conseguir alimentos ni medicinas y la lira libanesa pierde valor cada día que pasa ».
Las filas de personas frente al centro de emergencia que Pro Terra Sancta instaló en los días posteriores a la explosión son cada vez más largas. Familias enteras que intentan sobrevivir gracias a la ayuda ofrecida en el patio del convento franciscano de Gemmayzeh. En estos pequeños espacios se entrelazan historias de sufrimiento y hambre, tocadas por una extraordinaria solidaridad.
A la fecha, gracias a la generosa ayuda de los últimos meses, el centro apoya a 500 familias con la distribución de paquetes de alimentos y dispositivos médicos de protección. A estos se sumarán otros 400 en los próximos meses. Además, prosiguen las obras de rehabilitación del convento franciscano, gravemente afectado por la explosión, y de veinte casas dañadas, algunas de las cuales deben ser reconstruidas.
Pronto estará activo un dispensario médico, que ya ha recibido una gran cantidad de pedidos de medicamentos, difíciles de encontrar para quienes lo perdieron todo en la explosión. Este es sólo el primer paso. “Este año queremos hacer más para apoyar a la población libanesa - continúa Saltini -. Además de cubrir las necesidades básicas, imprescindibles en este momento de emergencia, la prioridad sigue siendo la educación. Somos conscientes de la grave emergencia educativa que enfrenta el Líbano - concluye - y estamos dispuestos a invertir para que los niños vuelvan a la escuela. Es el primer punto para reiniciar el país, para mirar una recuperación a largo plazo. Será agotador, pero es imprescindible ».