Una tradición centenaria
La fascinación y el deseo de ver esta tierra ha llevado a muchos, desde los primeros siglos de la era cristiana, a enfrentar todo tipo de obstáculos y peligros, para poder tocar los lugares que vieron el nacimiento, la muerte y la resurrección del Hijo de Dios.
Y hay varias historias que nos cuentan de peregrinos que enviaron donaciones en su nombre en apoyo de santuarios y lugares santos, con el objetivo de responder a las necesidades de los más pobres y mantener un vínculo con Jerusalén.
La unidad con los hermanos en Cristo de Tierra Santa, siguiendo el ejemplo de san Pablo, se ha realizado siempre a través de gestos de verdadera caridad, realizados en vida o después de la muerte.
Las personas más sencillas donaron alimentos y animales: camellos, potros, caballos, cerdos, ovejas, aves de corral y palomas.
Para un peregrino, por lo tanto, dar era y es un gesto de pertenencia a la Iglesia Madre de Tierra Santa y por eso cada uno da lo que puede, según su propia disponibilidad, porque el valor lo da el propósito del acto, que es pura caridad.