Será que, viviendo y viajando por Tierra Santa, uno se acostumbra a los check point, controles militares y situaciones de tensión. Será que, desde hace años, la televisión y los periódicos nos bombardean con imágenes y noticias sobre la situación en la Franja. Será que, con la reducción del bloqueo, la vida cuotidiana y la disponibilidad de los productos y bienes parece ser que haya mejorado, según cuentan los que viven en Gaza. El impacto cuando se “entra” en la Franja de Gaza y se llega a Gaza City, parece ser menos fuerte de lo esperado. Mucho tráfico y mucha suciedad, coches viejos y rotos, edificios en ruinas y abandonados, cierto. Pero también, mercados con muchos colores, tiendas que venden todo tipo de objetos, una playa llena de jóvenes que pescan, nadan, juegan. Muchos niños. La pobreza, claro está, te impacta como son todavía más impactantes las miradas apagadas de muchos niños. Pocos los que ríen por el souk principal. Muchas dificultades, pocas esperanzas. Incluso en el interior de la comunidad cristiana que todos los domingos se reúne en el patio del Patriarcado, pequeño oasis de paz en el centro de Gaza City.
“Los chicos no saben qué hacer: han estudiado, han aprendido un oficio, pero no pueden trabajar”, cuenta padre Elías, vice párroco de Gaza, mientras nos acompaña para visitar una de las dos escuelas católicas de Gaza, las mejores de toda la Franja. Entramos también en los dos centros de acogida para muchachos discapacitados, hablamos con los “encargados del trabajo”, escuchamos tantas historias de abandono y acogida, de amor y necesidades. Y sobre todo, nos damos cuenta de que, a pesar de las muchas dificultades, los cristianos continúan con su obra de caridad y de apoyo hacia los más necesitados. Y lanzan una petición de ayuda a quien, desde casa, quisiera sostener la presencia cristiana en la Franja de Gaza.
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